Lo echo tanto de menos.
Echo de menos la clase, y los pupitres que solía pintarrajear, y la pizarra que solía ensuciar por la mañana al venir de la biblioteca, y asomarme por la ventana y ver la calle. A veces estaba atestada de coches y gente apelotonada en las aceras, otras totalmente vacía.
Echo de menos las escaleras de mármol que tantas veces bajé y subí con desgana, y el trozo de tierra que solía mirar al bajar por la rampa hasta el patio, y el patio mismo, enorme y gris, dividido en dos por una alambrada que empezaron siendo dos puertas en medio de la nada, y luego vinieron los tejadillos, y los refuerzos de hierro verde en todos los tramos por los que había que andar.
Echo de menos esperar para entrar en el comedor, y coger una hoja y olerla y perfumarme las manos con ella, y también arrancar trozos de lavanda en verano, y ver cómo los bultitos verdes de las plantas se convertían en flores.
Echo de menos los días lluviosos en los que todo olía a tierra mojada, y terminar de comer y sentir a veces aprensión en el estómago porque hay que volver al patio a mojarse sólo porque se supone que un tejado de tres metros de alto protege de la lluvia. Ver la arena de los pequeños empapada en las épocas frías e irradiando calor en verano.
Echo de menos esas instalaciones bienintencionadas que me parecían ridículas, y pensar "qué mal se gastan los organizadores de este colegio el presupuesto", y luego disculparme interiormente por meterme donde no me llaman.
Las clases interminables y los recreos gorroneando comida mientras me relajaba o alteraba escuchando tonterías. El roce áspero del suelo del patio, y sacudirme el polvillo que se me adhería a los calcetines y al trasero. Arremangarme la falda del uniforme y disimularlo con el jersey en verano, cuando hacía demasiado calor como para llevar el polo metido por dentro. Escuchar las reprimendas por raspar los zapatos y darles betún una y otra vez.
Agobiarme por los exámenes y encontrar el hecho de hacer chuletas como única escapatoria posible, y el orgullo de saber pasar desapercibida cuando copiaba y la culpabilidad por no jugar limpio.
Llegar a casa por las tardes y merendar galletas con leche viendo la tele o leyendo. Dormirme mientras pienso lo lenta o rápida que se puede pasar a veces la semana.
Levantarme por la mañana, y vuelta a empezar.
Quedarme esperando al inicio de las clases en la biblioteca mirando los dibujos de sus paredes, y viendo de reojo su escaso inventario antes de subir al aula. Ver cómo la clase se va llenando poco a poco... Y de nuevo la rutina de siempre, una y otra vez, una y otra vez.
Hay cosas a las que no cogí mucho cariño, pero que recuerdo igual. El patio de los de primaria, pequeño como él solo, y ver el antiguo comedor antes de llegar a la sala de usos múltiples, y que luego ya no tuviésemos que bajar a ésta porque en la clase nos instalaron un proyector. Los baños que poblaban las esquinas de cada planta y que nunca estaban abiertos. Las salas de arriba, unas llenas de ordenadores birriosos o nuevos, otras haciendo la función de almacén, y a veces visitar la de física.
Y no sé... Estar ahí cada día, durante cuatro cursos enteros, nueve meses de cada año.
La piedra no recuerda, pero las personas que la han visto, la han tocado, la han sentido, han pasado por ella, sí.
Echo de menos mi colegio.
Y mañana empiezo bachillerato en un nuevo instituto.
joooppeee que bonitoo ana!!!!!!!!!!!! tambien se te echa de menos!!!!!
ResponderEliminarHola Onna chan~!
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