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jueves, 26 de mayo de 2011

El maniquí

Aquí está la historia que se me ocurrió a raíz del MV de las Girls' Generation "Gee". Perdonadme por la excesiva longitud del artículo, pero no me funciona la herramienta de salto de línea y no he podido comprimirlo.

El maniquí

Ya eran las diez. Hora de cerrar.
El dependiente se paseó brevemente por el local para asegurarse de que ya no quedaba ningún cliente rezagado y, después de colgar en la puerta el cartel que indicaba que la tienda ya no estaba abierta, cogió los montones de ropa desdeñados que habían quedado a la entrada de los probadores y los fue devolviendo pacientemente a sus respectivos sitios. Cuando todo estuvo organizado de nuevo, se puso la chaqueta, apagó todas las luces a excepción de las de la parte de delante, que quedaban a la vista del público, y cogió las llaves del cajón del mostrador.
Salió de la tienda, y ya había echado el cierre y se disponía a marcharse, cuando algo le llamó la atención.
Allí, bajo los brillantes tubos fluorescentes de neón que alumbraban el escaparate, había cuatro maniquíes femeninos, colocados en diversas posturas.
Lo que le extrañaba no era que hubiese maniquíes (la suya era una tienda de ropa, ¿cómo no iba a haberlos?), sino que hubiese cuatro. Que él recordase, hasta ahora siempre había habido sólo tres. Se aproximó más a la cristalera y escrutó el rostro de la cuarta figura.
Al igual que las otras, tenía aspecto de chica joven de complexión esbelta, con la cara redondita, un corte de pelo actual, las pestañas saturadas de rimel y las mejillas coloreadas suavemente de un rojo artificial. Iba vestida con una camiseta de tirantes rosa vintage, cuyo mensaje escrito en letras color canela quedaba semioculto por numerosos collares de perlas falsas y un gran chaquetón holgado azul eléctrico. Éste era muy amplio, pero no lo suficientemente largo como para disimular la exigua faldita verde manzana de olanes que llevaba debajo. El estrambótico conjunto quedaba rematado por unas medias color amarillo fuerte semitransparentes y unas bailarinas fucsia de charol.
Desde luego, aquel maniquí tenía exactamente la misma estética chillona que la tienda, y además parecía muy trabajado. El corto cabello castaño parecía natural, y entre él asomaban unos pendientes de perlitas mate en tono crema. Incluso le habían hecho la manicura, pintándole las uñas de rosa fresa y adornándoselas con minúsculas mariposas blancas.
De todos modos, por muy bonita que resultase la figura, él no recordaba haberla visto antes. Aquella era la primera vez. Pero entonces, ¿cómo había llegado allí ella solita? ¿Por su propia cuenta?
Reflexionó unos segundos.
“Tal vez la hayan traído mientras yo tenía descanso y estaba comiendo”, pensó al final.
Sí, debía de ser eso.
Sacó las llaves de la cerradura de la puerta y echó a andar, satisfecho por haber resuelto el misterio.
El escaparate quedó desierto y sin nadie que lo contemplase, acompañado únicamente del leve chisporroteo que hacían las luces de neón al variar de tonos.
Y, de pronto, el maniquí nuevo parpadeó.
Repitió el gesto varias veces, guiñando con fuerza para aclarar su visión. A continuación, se frotó los párpados con las manos y se envaró, descolocándose de su incómoda postura original. Meneó un par de veces los brazos y las piernas para desentumecerlos y, girándose hacia atrás, se bajó de la plataforma de un saltito y aterrizó limpiamente en el suelo, para levantar después la cabeza y observar admirada el interior de la tienda, a la vez que se alababa mentalmente a sí misma por haber pasado desapercibida.
Aún no se creía que el dependiente la hubiese confundido con una muñeca de verdad. Era cierto que había exagerado un poco con el maquillaje, y que también se había estado entrenando para aguantar mucho tiempo sin pestañear, pero en el fondo no esperaba llegar a conseguirlo. Además, mientras el chico la observaba, le había empezado a picar horriblemente la nariz, y sus ojos habían amenazado con empezar a lagrimear. Pero al final, todo había salido bien. Y ahora, allí estaba, con toda una noche por delante para probarse cuanta ropa quisiera sin ser molestada por otros clientes que se cruzasen en su camino o consiguiesen coger las prendas antes que ella. La sola idea la hizo estremecerse de emoción.
No obstante, ella no había venido a robar nada; principalmente porque el local tenía instalado un sistema de alarmas de seguridad que saltaba en cuanto se arrancaban las etiquetas o no se habían pasado previamente por el mostrador, y no le apetecía tener que salir corriendo despavorida cargando con montañas de ropa nueva. También podía buscar el aparatito que las desactivaba, pero no tenía ganas.
En cualquier caso, ¿qué más daba eso ahora? Tenía todo el tiempo del mundo para verse con calma hasta el último artículo de aquella tienda y lo iba a disfrutar al máximo. El hecho de hacerlo iluminada únicamente con la luz que provenía del escaparate lo hacía todavía más divertido.
Avanzó con decisión hacia la sección de zapatos, se descalzó rápidamente y empezó a coger pares con tacón para probárselos. Le chiflaban los tacones, aunque aquella noche se había puesto unas bailarinas para no hacer ruido al caminar. En cuanto a cómo salir de la tienda una vez hubiese acabado lo que había venido a hacer, conocía bien el establecimiento y sabía que el dependiente guardaba una copia de las llaves dentro de la figurita de un peluche que había sobre el mostrador, y pensaba usarla para salir. Sería una fashion victim, pero no tonta.
Así se tiró un buen rato, probándose prácticamente todas las existencias de calzado independientemente de cómo fuesen, maravillándose sinceramente con algunas, descartando airadamente otras. Al cabo de una hora, cuando ya no le quedaba ningún calzado por ver, apiló todos los que había dejado por en medio en un enorme montón y los fue devolviendo pacientemente a sus respectivos sitios. Le hubiera gustado clasificarlos por colores, como solía hacer en los estantes bajos de su propio armario, pero no podía dejar ninguna señal de que había estado allí. Sin embargo, escondió los que más le habían gustado en lugares alejados de la vista, para que nadie más que ella supiera dónde estaban y poder conseguirlos con facilidad cuando volviera al día siguiente.
Cuando terminó de ordenar, se volvió a poner sus bailarinas y se levantó alegremente de un saltito, ya que tenía muy claro cuál sería su próximo objetivo: nada más sentir que sus pies volvían a tocar el suelo, se fue derecha a la sección de sombreros y adornos para el pelo. Se paró en medio de los bustos decorados con diversas pelucas y complementos y se mordió el labio inferior, observando con avidez las cosas que exponían. Tras unos frenéticos segundos, su vista se topó con una pamela color rosa chicle, decorada en un extremo por un lazo de gasa amarilla moteada con puntitos blancos. Dejó escapar un gritito y la agarró rápidamente con instinto posesivo, colocándosela en la cabeza. Esbozó una sonrisita al descubrir un espejo detrás de ella, y ajustándosela mejor se dirigió hacia él y empezó a hacer poses coquetas. Suele ser difícil tener pasión por la ropa y no ser un poco vanidosa.
Su euforia probadora se acrecentó al ver un sombrero estilo vaquero magenta de paja sintética atravesada en la parte superior por una pequeña espigo de trigo falsa. Dejó la pamela a un lado y lo cogió alegremente. Se lo puso inclinado hacia un lado, ladeó la cabeza y juntó las manos simulando una pistola, como si fuera la protagonista de una película del Oeste.
Sin duda alguna, aquel sombrero estaba hecho para ella. Le sentaba estupendamente.
Pero tenía el ala demasiado grande. Iba a ser muy difícil esconderlo…
Empezó a pensar en un lugar que no llamase demasiado la atención.
Era difícil, ya que el magenta era un color muy vistoso y resultaba complicado hacerle pasar desapercibido. ¿Y si lo camuflaba llenándolo de accesorios? ¿O metiéndolo debajo de otro sombrero más grande? O tal vez…
-Tienes un gusto horrible.
La sonrisa se le congeló en el rostro y sus dedos se crisparon en torno a los bordes del sombrero. Se quedó petrificada en el sitio, sin atreverse siquiera a respirar.
¿Quién había dicho eso?
¿Había alguien más con ella?
No. No podían haberla pillado. Había estado planeando aquello durante meses. Simplemente, no se lo podía creer. Pero así eran las cosas. Tenía que dar la cara.
Tragó saliva y, armándose de valor, giró la cabeza y miró de soslayo a sus espaldas.
Soltó un respingo de sorpresa.
Porque la que había hablado era un maniquí.
O mejor dicho, otra chica que se había hecho pasar por un maniquí.
Se atrevió a darse la vuelta por completo, sin dejar de aferrar el sombrero vaquero, y la observó con más detenimiento.
Estaba sentada sobre una pequeña banqueta, igual que antes, con las piernas cruzadas y los dedos de las manos entrelazados en torno a la rodilla superior; la única diferencia es que ahora estaba de cara a ella, devolviéndole la mirada, y no hacia el exterior del escaparate.
A diferencia de ella, no se había cortado un pelo y se había puesto unos brillantes zapatos negros azabache con tacón de aguja de al menos diez centímetros. Llevaba unos santoles verde oscuro de pitillo tan ajustados que parecían estar directamente sobre la piel, y la parte superior de éstos desaparecía bajo una larga camiseta de manga corta con letras negras de molde en la parte delantera. Su pelo era negro, largo y ondulado, con el flequillo recogido en un extremo y tapado en gran parte con un sombrero de hongo de tela azul con un lacito de terciopelo. El aspecto descarado que ofrecía en conjunto quedaba reforzado por la expresión de su rostro, visiblemente disgustada.
El miedo inicial que había sentido en un principio se fue transformando poco a poco en indignación. ¿Quién se había creído que era la maleducada esa como para hablarle así? Y tampoco es que fuera la más indicada para hacerlo. ¿A quién se le ocurría combinar tacones altos con pantalones de pitillo? Los tacones altos se llevaban con un vestido o una minifalda, por el amor de Dios. Era de cajón.
Así pues, puso los brazos en jarras, echando la cadera hacia un lado, y bajó la cabeza para fulminar a su rival con la mirada.
-¿Qué has dicho? –preguntó amenazante.
-Que tienes un gusto horrible –replicó la otra sin inmutarse.
- ¿Sabes? Si sigues tocándome la moral acabarás con los dos tacones atravesados en la laringe. Te recomiendo que te calles.
-Llevo toda la noche viendo cómo te pruebas el inventario de esta tienda entero –insistió su oponente sin perder la calma-. Y no le has echado un solo vistazo a la sección de bolsos, cuando todo el mundo sabe que esta semana traían la colección de verano. ¿Cómo quieres que me calle? –añadió, y señaló un punto por detrás de ella.
La otra se giró y contempló boquiabierta un estante lleno a rebosar de bolsos de todas las clases y tamaños (en su mayoría extragrandes) bajo un rótulo que rezaba: “¡Nueva temporada!”
-¡¡Bolsos nuevos!! –chilló emocionada, y corrió rápidamente hacia la estantería como una mosca atraída por la luz. Empezó a saltar, impaciente, hasta que por fin logró atrapar uno del asa, lo atrajo hacia sí con ansiedad y empezó a examinarlo con aire entre profesional y crítico. De pronto, alzó la vista de golpe y vio que la otra chica todavía continuaba observándola.
-¿Qué haces tú aquí? –espetó con el ceño fruncido.
-Nada que no hayas venido a hacer tú –le contestó tranquilamente.
-¡Yo no he venido a robar nada! –exclamó a la defensiva. La otra soltó una risita.
-No, ni yo tampoco…Llevo tanto tiempo aquí que ni siquiera se me pasa por la cabeza –añadió con un deje de resignación, mirando al techo. Iba a preguntarle a qué se refería, pero decidió empezar por algo más básico.
-¿Cómo te llamas?
-Arisu. Soy de importación inglesa.
-Ah… Yo soy Yuki –dijo, y devolvió el bolso al estante, pensando para sus adentros: “¡Qué manera más rara de hablar tiene ésta!”
-Japonesa natural, ¿no?
-Sí… Oye, ¿tú vienes mucho por aquí?
-Estoy siempre. ¿Por?
-Es que no recuerdo haberte visto nunca.
-Será porque varío de look muy a menudo. Bueno, al fin y al cabo, es mi función.
-Ah…
Permanecieron unos segundos en silencio. Yuki se dio cuenta de que la atmósfera de mal rollo se había desvanecido y miró de nuevo a Arisu.
-Oye, ¿por qué no bajas aquí y nos vemos la tienda juntas?
Arisu dio un respingo y abrió mucho los ojos.
-¿Bajar? ¿Moverme?
-¡Sí! Dos fashion victims ven más que una –bromeó Yuki. Arisu parpadeó y sonrió ampliamente.
-Bueno… ¡Vale! –aceptó al final; hizo ademán de levantarse, pero no lo consiguió y soltó un resoplido de frustración-: ¡Maldita sea! ¿Me ayudas a incorporarme? Hace años que no me engrasan las articulaciones y me cuesta mucho moverlas.
Yuki la miró extrañada.
-¿Cómo que no te…? –empezó a preguntar.
Y lo entendió todo de golpe.
Miró a Arisu con más detenimiento, y se fijó en sus pálidas extremidades de madera, ensambladas entre sí por unos discretos muelles; en el brillo artificial de su pelo, que no eran más que hebras sintéticas teñidas de negro; en sus cejas pintadas, y en sus ojos tallados directamente sobre la cara, que no habían parpadeado ni una vez en el transcurso de su conversación.
Arisu no había fingido ser un maniquí. Era un maniquí.
Yuki pegó un salto hacia atrás, tratando de alejarse lo más posible de ella, y empezó a gritar. La muñeca la miró atónita, y se encogió asustada. Pero Yuki no se percató de esto. Continuó chillando y retrocediendo, hasta que chocó con algo. El mostrador. Sacó a toda prisa las llaves de repuesto del oso de peluche, logró localizar la puerta y se dirigió trastabillando hacia ella. Forcejeó hasta que logró abrirla con un chasquido, y luego se atrevió a mirar a Arisu una última vez.
-¡¡Perdóname!! –exclamó-. ¡¡Pero no estoy preparada para hablar con objetos inanimados!!
Dicho esto, salió de la tienda y se fue corriendo por la calle, agitando los brazos como una posesa y gritando incoherencias a pleno pulmón.

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