Éste es el cuento con el que gané el certamen de Cuentacuentos 2010 de mi instituto. Lo retiré temporalmente del blog porque lo había presentado a otro concurso y no podía tenerlo colgado en internet mientras duraba la votación. Al final he ganado un premio, pero con otro relato. :P
Espero que os guste. Por cierto, las ilustraciones son mías.
Ensueño
En conjunto, el paisaje debería haber sido bonito.
La nieve caía lentamente haciendo remolinos, formando un brillante manto blanco en el suelo, cubriendo también las puntas de los helados cerezos del jardín.
Además, el cielo despejado era de un azul demasiado penetrante para la estación y estaba plagado de estrellas, que titilaban débilmente, animando a los copos a proseguir su lento descenso hasta la superficie terrestre para reunirse con el resto en el suelo.
Pero había dos cosas que inquietaban a Charlotte: si nevaba y era de noche, ¿por qué el cielo estaba despejado y azul penetrante? No tenía sentido. Además, todo estaba demasiado silencioso. El invierno no es tan ruidoso como el verano, cuando los grillos cantan y las abejas zumban débilmente en la calurosa penumbra. Pero esa quietud no era normal.
Hostigada por una fuerza extraña, Charlotte se puso el abrigo, se calzó las botas de goma y salió al jardín. Cuando cerró la puerta tras de sí y empezó a andar, esperó que un viento helado le cortara las mejillas, pero no fue así. Algo muy denso y muy lento, algo que estaba detrás, delante de ella y por todo el jardín, le presionaba la cara, la nariz y los oídos, reduciendo cualquier sonido a inexistente.
Ahora Charlotte sí sentía frío, y mezclada con esa sensación, el rastro de una presencia extraña.
Entonces giró la cabeza y la vio.
Una figura oscura y muy tiesa estaba camuflada entre las sombras del jardín, y parecía observarla esperando algo.
Charlotte parpadeó varias veces y se quitó los cristales helados que tenía en las pestañas, creyendo que era un efecto óptico y que así podría eliminarlo, pero la figura seguía allí.
La niña se quedó clavada en el sitio. Sentía como si la lenta, densa y ahora fría sensación que deambulaba por todo el jardín se hubiera arremolinado en torno a ella como una serpiente.
La figura empezó a avanzar hacia ella de una forma muy extraña. Se deslizaba en zigzag como un reptil, y parecía estar hecha de humo vivo.
Por fin se paró delante de Charlotte. Ésta distinguió a una niña de su misma estatura y complexión, pero su forma de vestir era antigua, de mucho tiempo atrás; quizá de los años treinta. Era pálida como una muñeca de porcelana y su cara parecía pulida por el hielo. Los cabellos que se le habían soltado del moño y el lazo traslúcido que lo coronaba, así como el vestido de seda oscuro y las cintas negras que sujetaban sus mangas abullonadas, se mecían lentamente. Charlotte pensó que, aunque su propia ropa también era agitada por un viento, el de la otra niña era distinto y de otra época.
La niña antigua la contempló con unos ojos negros como la noche y hondos como el fondo de un pozo. Charlotte no podía dejar de mirarla, pero empezó a recuperar la movilidad.
Había dejado de nevar.
-¿Eres…real?- Charlotte estiró una mano e intentó tocarla, y, aunque no se movía, al contacto de sus dedos parecía alejarse y nunca llegaba a alcanzarla.
Cuando bajó el brazo, la otra asintió sin dejar de mirarla. No había parpadeado ni una sola vez.
Entreabrió un poco los labios, pero no articuló palabra. De pronto giró la cabeza y miró hacia un lado del jardín en el que no había nada plantado. Charlotte también miró en esa dirección y se quedó muda de asombro.
Un líquido denso brotaba del suelo, como una mancha de tinta de un bolígrafo presionado demasiado tiempo contra un papel.
Charlotte observó cómo iba creciendo, y rápidamente, la mancha de tinta se expandió y cubrió todo el jardín, y éste se volvió de un pegajoso azul brillante en movimiento.
Súbitamente, del mismo modo que se respondería a una orden, una parte de la masa de tinta retrocedió dejando un rastro azul y se acumuló enfrente de Charlotte y la otra niña, danzando sobre sí misma y haciendo borbotones que explotaban como rosas de tinta abriéndose.
Ahora, el resto del jardín parecía un pulido espejo azul.
La otra niña volvió a mover la cabeza, y esta vez miró hacia arriba. Charlotte la imitó y vio caer algo del cielo. Al principio pensó que estaba nevando otra vez, pero cuando se fijó bien vio que brillaban demasiado para ser copos de nieve.
-¡Son trozos de estrellas!- gritó Charlotte emocionada.
Caían raudos, dejando un rastro de luz tras de sí, y al impactar sobre la pulida superficie en la que se había convertido el jardín, estallaban en cientos de cristales plateados y lo que quedaba de ellas parecía hundirse en el lago azul.
Y de pronto, mientras el refulgente jardín reflejaba los estallidos de luz de las estrellas que caían de aquel insólito cielo azul penetrante y la otra niña miraba al cielo con unos ojos en los que no se reflejaba nada, Charlotte se hizo la siguiente pregunta:
“¿Por qué?”
Y notó como algo, en algún punto, se crispaba; si bien con un crujido muy sutil, pero alterándolo todo.
Dejó de ver a las estrellas, al lago y a la niña, y sintió que el lugar y el tiempo en los que estaba sucediendo todo se alejaban de ella.
Los notaba, sentía su presencia, pero ya no era capaz de distinguirlos. Oyó un sonido absorbente y supo que el lago de tinta había desaparecido.
Entonces, sintió que la cosa densa, lenta y fría la impulsaba otra vez hacia el presente con una ráfaga de viento helado.
La otra niña volvió a aparecer delante de ella, pero ahora tenía un aire diferente, si podía llamarse así a la brisa que mecía antes sus cabellos y su ropa. Parecía haberse quedado congelada.
Entonces, muy lentamente, algo empezó a extenderse por su cara nívea. Charlotte vio, alarmada, que la piel empezaba a cuarteársele y el rostro blanco se helaba. En poco tiempo, la otra niña se volvió enteramente de hielo. Charlotte contuvo la respiración. Algo brilló en las pupilas congeladas que la observaban sin ver, y la capa de hielo estalló. Charlotte retrocedió, asustada, y se tapó la cara con las manos. Cuando se atrevió a mirar de nuevo, vio que la niña cada vez se estaba volviendo más incorpórea y se estaba desvaneciendo como humo en la gélida noche.
Se acercó a Charlotte y le cogió las manos entumecidas.
-¿Qué te está pasando?
El fantasma miró intentando hacerle comprender algo.
-No te vayas…No me dejes sola…
Charlotte veía cada vez con más nitidez a través de ella. La otra volvió a abrir los labios y susurró una palabra:
-Despierta…
Y entonces atravesó a Charlotte y se fue.